De esta forma tan sencilla y elocuente a la vez, da comienzo la Constitución de los Estados Unidos de 1787, texto constitucional federal en vigor (desde 1789) más antiguo del mundo cuyos principios y contenido han servido de influencia a la hora de redactar constituciones de muchos otros países.
Durante las últimas semanas hemos sido testigos de cómo la gran democracia modélica de Occidente con más de 200 años de historia a sus espaldas y con el orgullo de haber engendrado la mayor potencia mundial del siglo XXI y cuna del capitalismo, se ha visto tambaleada a raíz del asalto al Capitolio del pasado 6 de enero por parte de un grupo de manifestantes trumpistas durante la sesión de certificación de la victoria de Joe Biden en las elecciones presidenciales del pasado 3 de noviembre. Dicho suceso ha sido la gota que ha colmado el vaso.
Es de sobras bien conocida la excentricidad del expresidente y magnate Donald Trump, que ha querido dirigir el país como si de una empresa de su exitoso imperio se tratase
Este tambaleo no ha surgido sólo y exclusivamente a partir de él, sino que ha sido en cierta manera el resultado de un cúmulo de acontecimientos y situaciones varias que han provocado que hoy la inestabilidad política, social y democrática en los Estados Unidos sea una triste realidad. Es de sobras bien conocida la excentricidad del expresidente y magnate Donald Trump, que ha querido dirigir el país como si de una empresa de su exitoso imperio se tratase, olvidando (o ignorando) muchas veces la correcta gestión de la res publica, sumiéndose en polémicas por sus peculiares tweets y discursos, su comportamiento, y su estrategia geopolítica, fomentando así la radical polarización ideológica de la población norteamericana. Joe Biden, nuevo presidente (el 46º) de la “nación de naciones” se postula como salvador del país.
En su primera tarde como nuevo inquilino de la Casa Blanca firmó nada más y nada menos que 15 ambiciosas Órdenes Ejecutivas (que no son leyes y precisamente por eso puede borrarlas y aprobarlas de un plumazo con su firma) con el fin de derribar cuanto antes la herencia de su predecesor. Dichas Órdenes son de contenido variado; de índole tanto local como internacional, y abarcan temas actuales y de una importancia crucial tales como la paralización de la construcción del famoso muro fronterizo con México, la vuelta a la OMS, el regreso al frustrado Acuerdo de París del 2015 contra el Cambio Climático, la obligatoriedad del uso de mascarilla en edificios federales, la futura Ley de Ciudadanía que prevé regularizar la situación de millones de inmigrantes, o la protección de diferentes espacios naturales en Utah y en New England a los que Trump concedió la explotación petrolera y minera, entre muchas otras. ¿Demasiado ambicioso?
Asimismo, durante la era Obama se impulsó la negociación del Trans-Pacific Partnership cuyas negociaciones culminaron el 5 de octubre de 2015, abarcando a EEUU y a otros 11 Estados ribereños del océano Pacífico (incluyendo a México, Perú y Chile). El Presidente Trump, el 23 de enero de 2017, decidió que EEUU no ratificaría el TPP, pero el resto de los países han seguido adelante con esta iniciativa y es probable que Biden quiera reincorporarse.
A nivel legislativo no está de más recordar que EEUU es un país del sistema Common Law, donde los jueces (a diferencia de nuestro sistema de Civil Law donde sólo tienen un papel interpretativo de la Ley) son legisladores con sus casos, muchos de los cuales han transcendido las fronteras dada su importancia, y que han marcado la historia de la nación tal y como la conocemos actualmente: desde Marbury v. Madison (1803), Yick Wo v. Hopkins (1886) o Lochner v. People of New York (1905), pasando por Brown v. Board of Education (1954), New York Times v. Sullivan (1964), U.S v. Nixon (1974), Gregg v. Georgia (1976), Bush v. Gore (2000), Kelo v. City of New London, McDonald v. Chicago (2010) o Fisher v. University of Texas (2016), entre muchos otros. “Great Cases That Shaped the Nation”, tal y como los define el Profesor Robert A. Stein, muy vinculado a la American Bar Association, a quien tuve el placer de tener como docente durante unos meses en la Universidad de Minnesota. Tal y como él nos decía siempre: “Whatever direction your career in the law may take, I hope you carry with you throughout your life a knowledge and understanding of these seminal “shaping” cases and the values and principles they establish.”
En estos momentos, Joe Biden tiene el mando, y asume el importante reto de reunir a la gran América de nuevo. ¿Lo conseguirá? Ojalá. Los ciudadanos norteamericanos deben recuperar los valores y principios en los que se cimienta su país (muchos de los cuales parecen haber perdido durante los últimos años). Ya lo decía Benjamin Franklin: “The most important office in this country is the office of citizen of the United States”.
No nos dejemos engañar. El tono de Biden, aunque más conciliatorio, no se aleja del que expresa Donald Trump frente a la amenaza de la inmigración ilegal procedente de Mexico, la guerra comercial con China, y los origenes de la COVID en Wuhan. Los dos gobiernos mayoritarios se sirven mutuamente de contrapeso y beben de la misma fuente ideológica, aunque mantengan diferencias insustanciales. Eso si: los ánimos estarán menos caldeados…..